La experimentada enfermera Tairi lleva su profesión en el alma por casi 30 años.
La enfermería es sin dudas un oficio de vocación y altruismo. Quienes la desempeñan con el corazón así coinciden, pues no es posible aliviar, curar, orientar o quizás sanar sin antes amar con sentido propio lo admirable de tan imprescindible labor.
Así me cuenta Tairi Chávez Borrego, quien desde temprana edad sintió apego por algo que hasta entonces le era desconocido y la vez la atraía. "No sé si se nace amando esta carrera, de lo que si estoy convencida es que para asumirla hay que entregarse de corazón".
Lo que en principio fue una atracción experimental, una travesura de la niñez, la llevó luego a la academia para dotarla de destrezas que muy bien las ha sabido llevar a postas médicas, consultorios, el programa de genética, Medicina Natural y Tradicional, cuidados infantiles, la atención a combatientes, la lucha contra la Covid-19 y toda aquella urgencia o no que precise de atenciones.
Es de las que no sabe de apuros para orientar o explicar el porqué de un proceder u otro y de las que siempre está en lo suyo con ganas de dar más y ayudar.
De ahí que en sus casi 30 años de fructífera vida ligada a la enfermería, no ha dejado de investigar y ahondar en lo desconocido, una pasión que la motiva constantemente y la ha convertido en Máster en la atención integral a la mujer y Especialista en Atención Primaria.
Te habla de proyectos, de los resultados de trabajos retadores, pero no menos difíciles que el día día en consultas, en las que me cuenta, urgen de esa sensibilidad para entender, curar y llegar al ser humano.
Es ese sano orgullo y pasión inquebrantable que la han hecho permanecer en una profesión a veces incomprendida que jamás cambiaría y de la que se enamora todos los días.