Fidel Castro con la gloria del deporte cubano Tricampeón olímpico Teófilo Stevenson
Porque el deporte no solo se juega en canchas, sino que se construye con ideales, compromiso y amor por el pueblo, Fidel Castro no fue solo un líder político, sino también un verdadero apóstol del deporte en Cuba y América Latina.
Desde los primeros días de la Revolución, Fidel entendió que el deporte era mucho más que entretenimiento: era educación, salud, dignidad y herramienta de transformación social. Para él, cada niño que levantaba una pelota, cada atleta que entrenaba al amanecer, era un acto de soberanía, un paso hacia una nación fuerte, unida y orgullosa de sus propios talentos.
No fue casual que, apenas consolidado el nuevo rumbo de Cuba, Fidel impulsara una política deportiva de masas, con escuelas especializadas, programas nacionales de iniciación y una red de entrenamiento que llegaba hasta los rincones más remotos del país. Bajo su visión, el deporte dejó de ser privilegio de unos pocos para convertirse en derecho de todos.
Fidel no solo promovió el deporte: lo vivió. Se le vio con el bate en la mano, lanzando pelotas de béisbol con precisión, corriendo en partidos amistosos, debatiendo tácticas como un verdadero entrenador. Su pasión por el béisbol era conocida, pero también admiraba el boxeo, la lucha, el atletismo, el voleibol, el ajedrez. Para él, cada disciplina era una batalla por la excelencia, un campo de entrenamiento para el carácter.
Y los resultados no se hicieron esperar. Cuba, con escasos recursos económicos, se convirtió en una potencia olímpica. Sus atletas subieron al podio en Juegos Olímpicos, Campeonatos Mundiales y torneos regionales, no por el dinero, sino por la gloria de representar a un pueblo que creía en sus sueños. Medallas de oro nacieron de sacrificio, disciplina y un sistema que priorizaba el talento sobre el lucro.
Fidel también supo que el deporte podía trascender fronteras. A través del deporte, Cuba tendió puentes con América Latina, África y el Caribe. Envió entrenadores, formó atletas extranjeros, compartió conocimientos. Para él, el deporte era solidaridad, era resistencia cultural, era dignidad en movimiento.
Hoy, cuando el mundo del deporte muchas veces se mide en millones y contratos, recordar a Fidel es recordar que también puede medirse en valores: en el niño que entrena descalzo, en el atleta que compite por su bandera, en el entrenador que trabaja sin ver la cámara.
Fidel no murió el día que dejó de caminar entre nosotros. Sigue presente cada vez que un joven cubano levanta una pesa, cada vez que suena el himno nacional en un podio lejano, cada vez que el deporte se juega con conciencia y amor por el pueblo.
Porque Fidel entendió algo que pocos líderes han comprendido: El deporte no solo forma campeones. Forma seres humanos. Y en eso, su legado es eterno.