Imagen tomada de Internet

El 22 de febrero de 1996 nació en Cuba una niña que, sin saberlo aún, llevaría en sus manos no solo el guante del softbol, sino también la bandera de su país. Ailén García Cordoví, hija de Beatriz Cordoví Leyva y Luis Alberto García Ricardo, creció en un hogar donde el apoyo familiar fue el primer estadio donde se forjó su vocación deportiva.

A los ocho años, Ailén dio sus primeros pasos en el mundo del deporte con el tenis de campo en este municipio de Calixto García. Pronto descubrió que su cuerpo y su espíritu anhelaban más contacto, más equipo, más emoción colectiva. Así fue como el voleibol entró en su vida, pero tampoco fue el destino final. Fue el softbol el que, como un llamado del destino, la atrapó con su ritmo, su estrategia y su intensidad. Allí comenzó, de verdad, su camino como atleta de alto rendimiento.

Sus primeros entrenadores en el softbol fueron pilares fundamentales: Eliecer Ricardo, conocido cariñosamente como “Pipo”, quien la guio en los inicios. Al ingresar en la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva Escolar), su formación se enriqueció con figuras clave como Yusmari Lamarque, Araujo (Toto) y Eire Cruz. Más adelante, los mellizos, Leo y Chapito —entrenadores que marcaron generaciones—, también dejaron su huella en su desarrollo técnico y humano. “Fueron mis primeros referentes, los que me enseñaron que el esfuerzo diario construye campeones”, dice Ailén con gratitud.

Con el tiempo, su talento la llevó a incursionar en otras disciplinas afines. En el béisbol 5, modalidad dinámica y creciente, contó con la dirección de Alfredo Lafita, Alexander Castro y Duniel Gámez. Y en el béisbol tradicional, recibió la guía de Edilberto Vera y Guillermo Bertolis, ampliando su visión táctica y su versatilidad como jugadora.

Hoy, vestir la camiseta del equipo nacional de Cuba no es solo un logro: es la culminación de veinte años de trabajo constante, de madrugadas heladas y tardes agotadoras, de lesiones superadas y metas renovadas. “Estar en el equipo Cuba representa dos décadas de sacrificio, disciplina y amor por este deporte”, afirma con orgullo. Pero también es un homenaje a quienes la sostuvieron: su familia, sus amistades, esos círculos íntimos que nunca dejaron de creer en ella, incluso cuando el camino parecía cuesta arriba.

Mirando al futuro, Ailén tiene claros sus sueños: seguir defendiendo los colores de Cuba mientras su rendimiento lo permita, y luego, con la misma pasión con la que jugó, dedicarse a enseñar. “Quiero transmitir todo lo que he aprendido. Que las nuevas generaciones se motiven, que sueñen alto y que sepan que, con disciplina y fe, se puede lograr lo que uno se proponga”.

En cada lanzamiento, en cada jugada, en cada mirada decidida bajo el sol cubano, Ailén García Cordoví no solo juega un partido: escribe una crónica viva de perseverancia, identidad y esperanza. Y su historia, lejos de terminar, apenas comienza a inspirar.

Ailén García(derecha) junto a Yanet Carbonel y su entrenador Edilberto Vera.

 

 


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