La escuela forma y educa desde las edades tempranas.
Hoy muchos se preguntan…¿Se habrán perdido la decencia, el respeto, el amor al prójimo, y las buenas maneras de dirigirse a los demás?, ¿se habrán extraviado en el laberinto? . Me niego a pensar que sea así.
Y saben por qué, pues porque en nuestro país hubo una campaña de alfabetización que logró lo casi inaudito, reducir el analfabetismo e incrementar el porcentaje de población escolarizada.
Fue, y así lo califican los expertos, la primera revolución cultural dentro de una revolución que alcanzó la victoria en Mil 959 y en menos de dos años Cuba fue declarada Territorio Libre de Analfabetismo.
Pero ahí no se detuvo, iniciaron los cursos de seguimiento para alcanzar el sexto, noveno y duodécimo grados. Se perfeccionó aún más la educación y junto a ello la invitación a leer, a investigar, a conocer más de nuestro país y el mundo en general.Nos abríamos cada vez más al conocimiento, a la cultura nuestra, a la universal, pero, ¿qué nos faltó y aún se malogra?
La educación cívica, el ejemplo del hogar, la escuela que a la vez que enseñe eduque, el liderazgo del maestro, el protagonismo del barrio, el respeto a uno mismo y a los demás.
Me afirmaba hace algunos años un experimentado maestro: “Hemos proporcionado muchos conocimientos de letras, números, hemos hablado de la educación formal, del respeto a nuestros símbolos patrios, a nuestros próceres, y casi hasta el cansancio consignas que se repiten, pero no siempre son asumidas, pensadas e incorporadas a nuestra cotidianidad”.
No estoy lejos si afirmo que hace falta la nueva carga de la alfabetización cultural, social, esa que nos ilumine a muchos la cortesía, la decencia, el buen decir, la mesura.
Soy de los que apuesta por el optimismo aún en situaciones adversas. Hay numerosos jóvenes, personas adultas, familias, comunidades que son referentes de la decencia, el respeto, el amor al prójimo, las buenas maneras de dirigirse a los demás, porque sepa usted que, No todo está perdido.
Saben por qué, pues porque en estos días de huracanes, de temblores de tierra, de jornadas adversas, he visto y escuchado a un pueblo solidario, comprometido, generoso que asiste a los que lo perdieron todo. Así es este pueblo, contrapuesto a los incrédulos y optimista, pese a los infortunios.
Por las tantas muestras de unidad me niego a pensar que no todo esta perdido y que lo que bien se enseño y se aprendió no tiene vuelta atrás, por ello y mucho más me sumo a los optimistas.