En el andar de los seres humanos hay jornadas memorables. La vivida el pasado sábado en Sabanazo fue una de ellas.

Disfrutar del encuentro de treinta de los miembros del primer escuadrón de aviones Mig 23 que surcaron los cielos de Angola, nos conmovió el alma toda. Cuántos abrazos, cuántas lágrimas, un mar de emociones se multiplicó en el humilde hogar de Jesús “Chucho” Leyva, uno de los integrantes de aquella epopeya.

“Aunque yo no sobrevolé el sur angolano, hoy me parece que ando por los aires, que privilegio tan grande tener aquí en mi hogar a gente tan valiosa, tan humana, a algunos de ellos hace casi cuarenta años no veía, esto es un regalo de la vida”.

El verdadero jolgorio  comenzó al filo de las diez de la mañana, con la llegada del tren Holguín-Las Tunas, donde hicieron el viaje los dos primeros ilustres soldados, uno de San Germán y el otro de Cristino Naranjo.

Un rato más tarde arribaría el grueso del “escuadrón”, en una carreta alada por un tractor y en una camioneta, aparecieron  oriundos de las ciudades de Camaguey, Santiago de Cuba y Holguín, así como de Moa, Sagua de Tánamo, Banes y Mayarí, además de otros de la geografía calixteña, entre ellos mecánicos, electricistas, especialistas en fuselajes, radares, en fin toda la brigada de apoyo al funcionamiento de los Mig 23 que impusieron respeto en los aires del sur de Angola, ante la aviación sudafricana.

Tras los golpes de la covid 19, al mayaricero Antonio Torres Prior le surge la idea de indagar por la vida de aquellos hermanos que a mediados de los años 80 formaron parte de aquel ilustre grupo: “Inicié una búsqueda sin descanso, llamando aquí, preguntando allá, hasta que localicé a la gran mayoría y decidimos encontrarnos el pasado año en Monte Alto, en la vivienda de Léster Rodríguez Guerra, aunque fuimos muy pocos, el impacto fue tremendo, ya imaginas casi cuarenta años sin vernos.

En esta oportunidad la cifra de los miembros del escuadrón de Mig 23 que  desbordado de amor sobrevoló el cielo de Sabanazo, casi se multiplicó. Rafael Barragán el único representante del Camagüey de Agramonte, muy conmovido expresó: “Que idea tan linda esta, que momento, mira que viejones estamos, y pensar de que nos conocimos cuando éramos apenas unos adolescentes, aunque la alegría de haber sido compañeros de guerra por más de dos años aumenta cada día, bendita estas lágrimas, y que el año que viene nos juntemos todos, solo pido ahora un pase de lista a la memoria de los doce hermanos que ya no están físicamente pero que vivirán eternamente en nuestros corazones”.   

Después, nuevamente los apretones de manos, los golpes en las espaldas, las risas, anécdotas, unas jocosas, otras tristes, pero todas con la miel de la hermandad y el humanismo a flor de labios. El ejemplo supremo fue el alto regalo monetario a Claudio Almarales, a quien el parkinson, que lo golpea fuertemente, no ha podido derribarlo, y hasta Sabanazo llegó en tren, medio en el cual hizo el viaje de regreso hasta su San Germán querido, saludando eufórico desde una de las ventanillas.

Con su adiós, en la casa de Chucho, el compromiso eterno del resto del escuadrón de seguir queriéndose como el primer día y de no parar hasta juntarse todo el grupo, lo que tal vez consigan en julio del venidero 2024, nuevamente en tierra calixteña, esta vez en la casa del combatiente José Sosa Camejo, en el barrio de Los Moscones, donde llegarán otra vez, desde el continente africano,  los vuelos amorosos de los Mig 23.


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