El maestro Iraldo Leyva Castro(derecha) junto a su amigo y compañero de profesión Lázaro Avila Rey(izquierda) acompañados por Néstor Toledo comentarista del municipio Urbano Noris en plena transmisión deportiva .

En medio del rumor constante de los años, entre la tranquilidad del campo y el silencio de los ríos, nació Iraldo Pedro Leyva Castro, aquel hombre sencillo de mirada profunda y palabra precisa que, sin buscar la gloria, dejó huella en todos los que tuvimos la fortuna de cruzarnos en su camino.

Nacido en un pequeño pueblo de Rafael Freyre, en plena década del cincuenta, Iraldo creció entre lomas y páginas amarillentas de libros prestados. Sus padres, de clase humilde, le enseñaron desde niño los valores de la perseverancia y el respeto por el conocimiento. Fue precisamente esa combinación —el saber práctico y el anhelo de aprendizaje— lo que marcó su destino.

Fue en los años dorados del deporte cubano cuando comenzó a escucharse esa voz: clara, apasionada, precisa. Una voz que no solo narraba partidos, sino que los hacía vivir. Era Iraldo Leyva Castro, aquel hombre que desde el micrófono nos llevaba al borde de la cancha, al filo del diamante, al corazón mismo de la emoción del rodeo donde para mí, era el mejor de Cuba.

Nacido en una época en que el radio era la ventana del mundo, Iraldo encontró muy joven su vocación: contar historias a través del sonido. Desde pequeño se le veía imitando narraciones deportivas frente al espejo, repitiendo jugadas imaginarias con la pasión de quien ya sabía que un día sería oído por miles.

Su primer contacto con el periodismo llegó en el periódico Ahora como corresponsal y luego en la Radio provincial, donde aprendió a modular su voz, a dosificar el entusiasmo y a respetar el silencio estratégico. Pero fue en el ámbito del béisbol, nuestro deporte nacional por excelencia, donde encontró su lugar en la historia.

Con el paso de los años, su nombre se convirtió sinónimo de emoción controlada. No exageraba, no gritaba sin motivo. Narraba con conocimiento técnico, sí, pero también con alma. Decía que “un buen comentarista debe saber más que el entrenador, pero sentir como el fanático”. Y eso hizo siempre: transmitir el juego desde dentro, con la cercanía de un amigo que comparte tu alegría o tu dolor.

Durante décadas, Iraldo Leyva Castro fue la voz fiel de los momentos más grandes del deporte en este municipio de Calixto García. Presenció títulos, victorias épicas, despedidas emotivas y nacimientos de nuevas estrellas. Pero nunca buscó protagonismo. Su rostro rara vez apareció en televisión, y eso lo hizo aún más querido: era la voz que acompañaba a Radio Juvenil en eventos deportivos.

Más allá del micrófono, Iraldo fue maestro del oficio. Formó generaciones de jóvenes periodistas, a quienes enseñó que el periodismo deportivo no es solo estadísticas, sino también emociones, contexto y humanidad. Decía: “No se trata de quién ganó, sino de cómo lo hicieron, y qué significó para el pueblo”.

Hoy por estas cosas de la vida, lo despedimos físicamente, pero su legado queda grabado en cintas, archivos digitales y, sobre todo, en la memoria colectiva de quienes crecimos escuchándolo. Hoy, cada vez que suena una narración pausada, lúcida y sentida, ahí está él otra vez: presente, aunque invisible.

Iraldo Leyva Castro no necesitó trofeos ni contratos millonarios para ser grande. Fue grande porque supo decir las palabras justas en los momentos precisos. Porque hizo patria con la voz. Porque nos hizo soñar, juntos, en medio de la cancha de la vida.

 


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