Lugdis Pineda ,managers del equipo Los cachorros de Holguín
En el béisbol, donde cada lanzamiento puede cambiar el rumbo de un partido, la figura del director —o manager— se erige como un verdadero estratega. Más allá de los swings poderosos o los lanzamientos imparables, son sus decisiones las que a menudo definen el destino de un equipo en momentos cruciales.
El béisbol es un deporte de pausas, pero también de microdecisiones. ¿Sacrificar a un corredor con un toque de bola para avanzar a segunda? ¿Pedirle a un bateador que intente un robo de base en pleno conteo de bolas? ¿Retirar a un abridor dominante en la séptima entrada para dar paso al bullpen? Cada elección responde a una combinación de estadísticas, intuición, conocimiento del rival y lectura del estado físico y mental de sus propios jugadores.
En la era moderna, los managers operan con una doble herramienta: la experiencia acumulada en años de dugout y el análisis de datos avanzados. Hoy, un director no solo confía en su “ojo de campo”, sino también en algoritmos que predicen probabilidades de éxito en cada jugada, sin embargo, el verdadero arte radica en equilibrar ambas vertientes sin perder la humanidad del juego.
Lo más difícil, sin duda, es asumir las críticas cuando una jugada falla. Un cambio de lanzador que resulta en una avalancha de carreras, o una decisión conservadora que evita un riesgo… pero también una oportunidad. En esos momentos, el manager se convierte en el blanco de las frustraciones del público y la prensa, aunque muchas veces sus decisiones estén respaldadas por lógica sólida.
El lanzador Michel Cabrera (imagen de archivo)
Así ocurrió este domingo en el choque entre Holguín y Santiago de Cuba, un duelo que reafirmaba a los Cachorros en la tabla. El manager holguinero optó por mantener en la lomita a Michel Cabrera más allá de lo razonable. Cabrera, el mejor lanzador en función de rescate, había cumplido casi 4 entradas, pero en la novena comenzó a flaquear. Aun así, el banquillo holguinero guardó silencio. No hubo llamado al bullpen. No hubo señal al coach de pitcheo. Solo la esperanza de que Cabrera encontrara una vez más ese “uno más” que todo lanzador promete.
Pero el béisbol no perdona la fe ciega. Santiago, con paciencia y olfato de campeón, castigó la fatiga del diestro y desató una ofensiva que decantó el partido. Lo que podía haber sido un duelo cerrado hasta el noveno se convirtió en una ventaja inalcanzable para los santiagueros, todo porque el manager prefirió la confianza personal sobre la evidencia del terreno.
La polémica, inevitable, estalló entre aficionados y especialistas: ¿fue un error táctico o una apuesta fallida con tintes humanos? Lo cierto es que Santiago se llevó el juego, y Holguín, una lección costosa. Porque en el béisbol, como en la guerra, no siempre gana el más fuerte, sino el que mejor decide cuándo cambiar de estrategia.
Al final, dirigir en el béisbol es como componer una sinfonía en tiempo real: cada jugador es un instrumento, cada entrada un movimiento musical, y el director, el maestro que debe leer el partido, anticipar los giros del destino y, sobre todo, mantener la calma cuando el estadio entero grita en caos.




