Imagen tomada de GranmaEra octubre de 1962. El presidente estadounidense John F. Kennedy apareció en televisión con un anuncio que paralizó al mundo: Estados Unidos establecía un bloqueo naval alrededor de Cuba y ponía sus fuerzas armadas en máxima alerta. Así comenzaba la Crisis de Octubre, el momento más peligroso que vivió la humanidad en toda la segunda mitad del siglo XX.
Pero esta tensión no llegó de repente. Desde agosto de ese mismo año, algo se movía en secreto. Tropas y equipos militares soviéticos llegaban a Cuba como parte de un acuerdo de cooperación entre ambos países. La prensa y los políticos en Washington comenzaron a alarmarse, advirtiendo que se avecinaba una crisis casi inevitable.
Mientras los tanques soviéticos se desplegaban en la isla y los aviones espías U-2 sobrevolaban el Caribe, en Moscú y Washington se libraba una batalla de cálculos estratégicos, diálogo al que Cuba no fue invitada. Nikita Jrushchov y Kennedy intercambiaron mensajes en un pulso que combinaba la diplomacia con la amenaza nuclear. Cada movimiento era calculado al milímetro, pues un error podía desencadenar lo impensable: un intercambio atómico que borraría ciudades enteras del mapa en cuestión de horas. Días que estremecieron el alma del mundo.
En las calles de La Habana, el rumor y la incertidumbre se mezclaban con la determinación. Mientras el gobierno cubano movilizaba a nuestro pueblo para la defensa, los cubanos seguían las noticias entre la incredulidad y el patriotismo. Escuelas convertidas en refugios, milicianos practicando en plazas públicas y el sonido lejano de aviones creaban una realidad surrealista, donde la vida cotidiana coexistía con la sombra de una guerra radioactiva.
Para el gobierno y el pueblo cubano, aquellos días críticos se convirtieron en una prueba de fortaleza. La experiencia reafirmó su decisión de defender su soberanía y la necesidad de prepararse para enfrentar cualquier amenaza futura.
En medio de la tensión global, la figura del líder cubano Fidel Castro demostró su capacidad para manejar situaciones extremas. Como dijo alguien que estuvo a su lado en aquellos momentos: "He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días".
El desenlace llegó el 28 de octubre, cuando Moscú aceptó retirar los misiles a cambio de la garantía de que Cuba no sería invadida. La crisis había terminado, pero su legado permanecería para siempre: se estableció el teléfono rojo entre Washington y Moscú, y ambas potencias comprendieron la necesidad de evitar la escalada nuclear. Para Cuba, el episodio reforzó su alianza con la Unión Soviética y marcó el inicio de un aislamiento internacional que definiría las décadas siguientes.
Fueron jornadas de angustia mundial, donde el planeta contuvo el aliento frente a la posibilidad de una guerra nuclear, mientras Cuba escribía una de las páginas más decisivas de su historia.




