Imagen de archivo.Ella no solo madruga; es quien recibe el día. Es la primera en pactar con el alba, en negociar con el rocío  que besa los prados. Su silueta contra el cielo del amanecer es el primer monumento a la perseverancia. Conoce el lenguaje secreto de las aves, la ansiedad del ganado cuando se acerca la tormenta, y el suspiro de la tierra cuando al fin recibe el agua. Su reloj no tiene manecillas; lo marcan el cantío del gallo, la posición del sol y la sed de las plantas.

Sus manos son un mapa del camino que ha recorrido. Están surcadas por los pasos que ella misma ha decidido seguir, con líneas que sin huella de gripes del invierno y soles de agosto. En sus palmas llevan la memoria del ordeño, la paciencia de tejer, la fuerza de cargar la leña y la delicadeza de limpiar el polvo del arroz. Esas manos, ásperas al tacto, son el cobijo más suave para la frente ardiente de un hijo, la caricia más sincera para el lomo de un animal cansado y el instrumento que convierte lo simple en sagrado: un puñado de hierbas en un remedio y los tomates de la huerta en el sabor más genuino del campo cubano.

Ella es la biblioteca viviente de los oficios que el mundo urbano ha olvidado. Sabe leer las nubes, interpretar el viento y descifrar los secretos de la luna para las siembras. Es veterinaria con intuición, meteoróloga con los huesos, y economista que administra no el dinero, sino la vida misma. Sabe que la riqueza no siempre está en el banco, sino en la vitrina llena y en la salud de los suyos.

Su belleza es una que se gana, no se compra. Huele a tierra mojada, a pan recién horneado y a jabón natural. Brilla con la luz sudada de la tarde, con la sonrisa que florece incluso en la fatiga. Su fuerza no es gritona, es como la de las raíces del roble: profunda, anclada, inquebrantable. Sostiene el peso de la casa  en silencio, transforma la preocupación en acción y teje, con hilos invisibles, la red de  que une a toda la familia. Es la primera en llegar con una olla caliente cuando un vecino está enfermo, la que custodia las llaves de las casas ajenas y la memoria colectiva de quién nació, quién se fue y quién debe volver.

Ella es la guardiana de la esencia. Preserva las recetas de la abuela, las canciones de cuna que arrullaron generaciones y el valor de las cosas hechas con tiempo y amor. En un mundo de prisas y pantallas, ella encarna la lentitud sabia de lo perdurable. Enseña, sin decir una palabra, que la vida no es una carrera, sino un ciclo; que después del invierno más crudo, siempre, siempre, vuelve la primavera.

Por eso, ella es más que una mujer. Es un paisaje completo. Es el valle que acoge, la montaña que resiste, el río que nutre y el hogar al que siempre se regresa.Honrarla no es solo un acto de justicia, es un acto de reconocimiento a nuestro propio origen. Porque al final, todos, de una forma u otra, venimos del campo que ella trabaja y del hogar que ella construye.

El latido de su corazón es el pulso mismo de la tierra. Y mientras ella siga ahí, habrá esperanza, habrá raíces y habrá futuro. Felicidades Mujer Rural.


Podcast RJ

Chicho Marrero, con el Órgano de los Hermanos Ajo

Postales de mi tierra

Visitas

138937
Hoy: 1
Esta semana: 700
Este mes: 3.617
Mes anterior: 4.073
Total: 138.937