Monumento erigido a Lucía Íñiguez, en la Plaza de la Revolución Calixto García, de Holguín. Foto: tomada de Internet
En el corazón de la historia patria late el nombre de una mujer cuyo valor y fortaleza dejaron una huella imborrable: Lucía Íñiguez Landín, madre del insigne general Calixto García Íñiguez, protagonista de las tres guerras por la independencia de Cuba.
Esta destacada mujer no solo fue testigo de los albores de la lucha independentista, sino que también se convirtió en un pilar fundamental para su hijo y la causa revolucionaria que defendía con vehemencia. Desde los primeros gritos de libertad, hasta el exilio y la resistencia, su vida estuvo marcada por el sacrificio.
Cuenta la historia que cuando Calixto García, con apenas 23 años, se unió a la Guerra de los Diez Años (1868-1878), Lucía no dudó en apoyarlo, a pesar de los riesgos. Su hogar se convirtió en refugio de conspiradores, y su corazón, en escudo contra el miedo. La historia recuerda cómo, tras el fracaso de la contienda, ella siguió siendo un faro de esperanza para su hijo y los demás mambises.
En 1895, cuando Calixto regresó a Cuba para liderar nuevamente la lucha en la Guerra Necesaria, Lucía, ya anciana, seguía siendo su inspiración. Incluso en el exilio, mantuvo viva la llama de la rebeldía, tejiendo redes de apoyo y enviando mensajes clandestinos a los insurgentes.
Lucía Íñiguez no vivió para ver a Cuba libre —falleció en 1897, un año antes de que su hijo muriera en Washington—, pero su ejemplo de entereza y amor a la patria trascendió. Hoy, Cuba y su Holguín la recuerdan con orgullo: una plaza y un museo llevan su nombre, y su figura se alza como símbolo de las madres que, desde la sombra, forjaron los héroes.
En cada rincón de Cuba, donde el eco de las guerras aún resuena, el nombre de Lucía Íñiguez sigue siendo sinónimo de valor, entereza y arrojo y sigue acompañando a las mujeres cubanas, porque no solo fue la madre de un general, sino también madre de la Patria.