Después de más de una década, hace unas semanas estuve nuevamente en la finca de Erasmo Ochoa García, enclavada en la barriada de Pozo Blanco.
Cuando fui la primera vez, la primavera estaba en su apogeo y el verdor desbordaba las poco más de veinte hectáreas, mitad de potrero y frutas, y mitad de un majestuoso bosque forestal.
“La otra vez que usted vino, todo estaba muy verde. Hoy la sequía nos está golpeando como un martillo en la cabeza, pero de todas maneras me las arreglo para sacar algunos cultivos y mantener con vitalidad una buena cantidad de animales y sobre todo mi verdadera reliquia”, estas fueron las primeras palabras de “Negro”, como le dicen todos.
Y en verdad su reliquia merece más de un comentario, porque lograrla en pleno cerro y entre piedras, que recuerdan los dientes de perros, cercanos al mar, es una extraordinaria proeza.
“Comencé a darle forma a este bosque hace como 25 años. Es un trabajo difícil, pero reconfortante. Casi todos los días, después de reposar un poco el almuerzo, subo y aprovecho la frescura que me da la sombra, lo atiendo dos o tres horas, cortando los bejucos, amontonando las piedras y algo muy importante, sembrando y sembrando, donde quiera que me encuentro un espacio disponible”.
El ya famoso bosque de “el Negro”, tiene poquito más de un kilómetro cuadrado de tierra, en el que, según cálculos de expertos del Medio Ambiente, crecen más de medio millón de ejemplares, de cerca de 30 especies.
“Tengo varios árboles de madera preciosa, entre ellos cedro, cuya, caoba, baría, y, otros tipos que son palos muy duros como el jiquí, quebracho, roble, y un solo ejemplar de caguairán, ese árbol es mi gran tesoro porque me recuerda todos los días al Comandante en Jefe Fidel, ahora está floreciendo. Voy a recoger las semillas para sembrarlas todas, a ver si lo multiplico, no es fácil de lograrlo, pero lo voy a intentar”. {jcomments on}
